Mi hermano Raúl


Se fue yendo silenciosamente, así como era él, aunque su fuerte figura, su rostro colorado como retrato detallado de su padre, le hacía como una presencia recia, en la compañía de quienes hace muchos años, lo cuidaron, lo soportaron en su largo padecimiento, a su esposa abnegada y callada, a sus hijos: Tony Raúl Quiñones Pérez, a quien sí le decían el Gallo, porque a nuestro padre, nadie se lo decía en su cara.
Salió igualito al padre en la pasión por su familia, por el deporte, por el billar y por las mujeres. Veló por los suyos, aunque la muerte temprana de su primer varón, Tony, le partió la vida en dos. La fue superando con su tenacidad, con su paciencia, su fuerte carácter y su pasión por la vida. Cuidaba de su familia materna y con nosotros, siempre fue especial. Yo en la política, coseché muchos amigos, pero mi “alto mando humano” para decirlo de alguna manera, fueron Julio Aranguren, Luis Zozaya, Hernán el Chino Rivero, el Negro Honorio Suárez. Raúl y Jorge Luis eran mi escudo. Y mi madre, a decir de Julián José Bigott, era mi mejor imagen corporativa. Era todo, porque quizás muchos me querían y me quieren, más por ella, que por mí.
Decía que de don Nino Forte, aprendió lo que sabía de mecánica y lo calificaban de experto en la materia. El motocross, el béisbol, practicaba kárate y estaba siempre presto para la solidaridad. Mi madre lo adoraba. Lo consideraba como hijo suyo. Y sus tías paternas, Paca e Isabel, le profesaban un cariño entrañable. No me sorprendieron las palabras de reconocimiento que me hicieron llegar. Fue un dolor colectivo y agradezco en nombre de los Quiñones y de los Colmenares, esos gestos y ese pesar que nos hicieron llegar. Son las cosas de la vida. Raúl era tío de María Oropeza, la actual jefe de campaña de la gran alianza nacional en Portuguesa y mi hermano, pero ella y yo no tenemos ningún lazo de sangre, pero andamos juntos en esta lucha que parece interminable por Venezuela, pero que ruego a Dios, me deje ver sus frutos, así sea como Moisés ante la tierra prometida.
Así lo describían en los mensajes: Un gran ser humano. Gracias a Dios por haberlo tenido como amigo. Era fuerte de carácter, pero nunca se le escuchó una retrechería. “Excelente persona, humilde, respetuoso, serio, responsable, organizado, trabajador incansable, buen hijo, excelente padre, familiar y solidario. Eso fue Raúl Quiñones.” Así lo definió mi dilecto hermano Pablo Pacheco Montoya. Fue uno de los grandes impulsores del bicicross en Guanare “era un hombre audaz, emprendedor, de una inventiva y artesano de la mecánica, ayudó a muchos muchachos con su ejemplo, sabiduría, paciencia, sobre todo con su don de gente, que Dios le brinde el descanso eterno.” Educado y reservado. Buen amigo y mecánico de referencia. Excelente deportista, rival de La Peñita. Zurdo de postín en el béisbol, jugador recio. “excelente amigo, mecánico y jugador de la primera base del béisbol Clase A Guanareño en la década de los 60/70” me escribió Wilmer León. Deja una intachable hoja de vida. Carecía de gracia a primera vista, pero luego era un maná de sabiduría popular, chistoso y ocurrente” escribió el Yindo Contreras.
Son expresiones que ratifican el orgullo de haber sido su hermano, de que siempre estuvo a mi lado en las malas y en las buenas. Que no se me fue como un rayo, como decía Antonio Machado de Ramón Sijé, porque padeció una penosa enfermedad, y cuyo parte médico siempre me daba Dioni. Pero si hay a alguien a quien agradecerle en esta vida por Raúl es a su esposa, a Rosa, por esa dedicación, ese sacrificio inconmensurable, ese sufrimiento de los últimos años, que indudablemente hace realidad aquella frase del apóstol Pablo: “El amor es paciente, es bondadoso. Todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” Y eso fue Rosa, la madre, la compañera, la a veces alejada, pero la siempre presente. A ella fundamentalmente, le debemos un eterno agradecimiento y a sus hijos Rosmer, Rosi, Marlin, Miguel y Dioni.
Hay luto en el alma, pero su recuerdo, su fuerza, su optimismo, su tesón, estarán mientras nos quede aliento para seguir luchando. Pero Raúl para nosotros y Gallo para muchos, es un golpe duro como el de César Vallejo en Los Heraldos Negros, que pareciera una resaca de todo lo sufrido que se empozara en el alma: “…Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte / Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas / o los heraldos negros que nos manda la Muerte”.
Descansa en paz, mi admirado Raúl.

IVÁN COLMENARES

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